La Vida en el Laberinto
 
Capítulo Uno
 
Perdi-Asombrado en un Laberinto

Sin darnos cuenta viajamos en un laberinto, un laberinto macrodimensional de fuerza eléctrica viva, abrigado por una densa capa de vida ordinaria. Nuestro obstáculo más serio, es el impulso incontrolable de convertir todo a lo cotidiano y corriente, de reducirlo todo al nivel del cerebro del primate; de rechazar la vital y animada realidad del total de toda la atención posible.

De un entendimiento previo y de unos esfuerzos anteriores, hemos establecido una nueva relación entre el yo esencial no-biológico y la máquina biológica humana, y ya hemos demostrado para nuestra satisfacción, que la máquina humana sí nos proporciona los medios de transformación; vemos con claridad el camino que debemos coger.

Sabiendo que es necesario despertar la máquina antes de que podamos hacer cualquier cosa de consecuencia objetiva, se espera que ya hayamos logrado unos resultados estables.

Por ahora, nos damos cuenta de que estamos necesitados de más instrucciones para asimilar nuestro conocimiento actual y dar un paso más hacia nuestro objetivo final, cuya formulación puede no ser muy precisa todavía.

Debería ser obvio que estamos sólo al principio mismo de nuestro camino, y que estamos ansiosos para aceptar más responsabilidades como seres; pero antes de que podamos seguir los pasos eficaces para cumplir estas responsabilidades, debemos entender inicialmente el punto exacto dónde estamos, qué somos en la escala general de las cosas, y dónde estamos en relación con el Absoluto, para que podamos desarrollar un método de trabajo dentro de este contexto.

Ahora podemos llegar a entender el yo esencial en su papel-de-trabajo como el viajero eterno, expuesto a peligros y oportunidades, propósito y distracción, atracción fatal y destrucción al final, en la casi infinita inmensidad del laberinto.

En esta búsqueda, levantamos nuestra mirada de su firme fijación en el mundo del primate, trabajando con esta perspectiva no-humana dondequiera que nos encontremos.

En el primer libro de la Trilogía del Laberinto, La Máquina Biológica Humana como Aparato de Transformación, la analogía de un acuario fue invocada para establecer una descripción aproximada de la situación humana en relación a las dimensiones superiores, a las cuales desde ahora, nos referiremos como las macrodimensiones.

El reino de los animales, será, una vez más, una ayuda, proporcionándonos un punto de vista que podemos fácilmente ver, entender y con el cual relacionarnos.

Unos cuantos minutos de observación de una rata en un laberinto demostrará claramente, incluso al científico más denso, que no sabe que está en un laberinto. . .es simplemente consciente de que no puede conseguir lo que quiere y que no sabe su camino, ni—en la ausencia de motivos suficientemente apremiantes—le importa mucho.

Puede que apenas sospeche que no puede escaparse; ni hacia atrás, ni hacia delante, ni lateralmente—todas las posibles direcciones aparentes mantienen la enloquecedora esclavitud del laberinto.

La rata atrapada no tiene modo de saber la totalidad de la configuración, la forma, las reglas y funciones del laberinto; pero podría—bajo la influencia de un repentino, inesperado y traumático choque insólito—llegar a ser algo consciente del hecho de su encarcelamiento, pero no de la exacta naturaleza de éste.

En lo que se refiere a los laberintos, los primates humanos son igual de previsibles que las ratas, pero sin la claridad emocional, la aguda atención y la inteligencia de sus primas más peludas.

Se puede aprender mucho sobre los laberintos experimentando y probando con las ratas. Modificando un laberinto, por ejemplo, pero manteniendo las mas pistas básicas, vemos que la rata seguirá las pistas antiguas en vez del nuevo formato del laberinto—pero después de suficiente recompensa de tipo comestible, aprende a re-aprender. Cuando aparece el hambre, el inconveniente de una reestructuración sináptica llega a ser algo que se puede permitir.

Incluso con la más rudimentaria comprensión de conceptos de la re-programación de motivación, podemos desarrollar para nosotros mos una serie de persuasiones prácticas en los juegos interactivos de aprendizaje que fomenten el razonamiento intuitivo, deductivo e inductivo y el nuevo aprendizaje.

Siguiendo esta misma pauta, podemos empezar a hacer investigaciones serias en el campo de los laberintos repetitivos, los laberintos que se alternan, los laberintos que de repente cambian de manera inesperada en medio del juego mediante unas variables interactivas, unas constantes relativas y la ausencia de las constantes objetivas o absolutas.

Deberíamos ser fácilmente capaces de dar el salto conceptual, más bien débil, desde la simple observación de las ratas lastradas con una inteligencia algo primitiva, a nosotros mos, atados por unos límites artificiales de modelos educacionales memorizados que funcionan en relación con sólo un conocido y demasiado simplificado medio ambiente cultural, por el cual hemos aprendido a aplicar viejas reacciones para hacer frente a los nuevos estímulos.

Bueno, basta ya con la filosofía; el hecho es que tanto las ratas como los primates humanos tienden a experimentar esencialmente los mos problemas de estrés y presión social, y poseen—antes del condicionamiento cultural y la impresión psico-emocional, es decir, el formato normal del cerebro-profundo para reaccionar impulsivamente al dolor y al placer—precisamente la misma inocencia de intuición inicial en gran parte por la falta de atención, que puede venir solamente por una falta de auto-motivación en la ausencia de estímulos biológicos y ambientales, y el cierre general de las percepciones que resulta de una enajenación ambiental, una retirada descuidada y poco clara que es síntoma de unos temores no examinados y profundamente arraigados de cosas en las que yo mismo preferiría no pensar precisamente ahora.

Si vamos a producir un método potente para nuestras excursiones a las macrodimensiones, sólo hace falta que reconozcamos que una rata puede ser animada para arriesgarse a salir al terreno oscuro y desconocido, mientras que otras ratas no se pueden sacar de su inmovilidad mecánicamente impuesta, sea cual sea la provocación.

Esto, sin embargo, no asegura que se consiga algo con el intento; después de todo, incluso la rata más experimentada todavía está sujeta al laberinto, todavía es prisionera, un animal de laboratorio supeditado al antojo exterior, y en este sentido—y sólo en este sentido—la rata no está libre.

La libertad es una cosa intangible, sutil y esquiva que se encuentra en una dirección inesperada, mucho más allá de los límites de la esclavitud biológica y los muros severos, como pronto descubriremos. Nunca he podido entender por qué—sometidas al mismo entrenamiento, las mas oportunidades, e incluso a la misma exposición adicional al laberinto—nueve de cada diez ratas nunca parecen ser capaces de desenredarse de la agradable porquería robótica de la vida animal.

El laberinto: un laberinto macrodimensional camuflado por la fábrica de las fronteras biológicas. En la vida ordinaria, no importa lo que hagamos o logremos, no importa a dónde vayamos o quién lleguemos a ser, a fin de cuentas nos encontramos prisioneros de la rutina rígida y, sumergiéndonos en un bombardeo sin fin de presiones diarias auto-invocadas, de distracciones y lástima de nosotros mos, de algún modo logramos evitar con éxito toda la ayuda verdadera.



Si sabemos cómo mirar, podemos aprovechar la oportunidad de ir avanzando poco a poco a través de los pasajes, los peligros y los caminos floridos del laberinto macrodimensional; pero no sabemos cómo mirar, y al principio trabajamos para entender la realidad del hecho de poder estar en el laberinto y sin embargo ser completamente inconsciente de ello.

Los viajeros—y eso es lo que en realidad somos—rara vez entendemos o somos conscientes, y fácilmente podemos no reconocer la cualidad laberíntica de lo que estamos experimentando porque nos falta el poder de una atención seria, arraigada y no distraída detrás de los cinco sentidos físicos con la cual podamos verla.

No reconocemos haber pasado por este camino muchas veces antes, y haber hecho éste o aquel otro giro. Y lo más importante aún, no reconocemos la inutilidad de todo lo que hemos hecho en las persecuciones triviales de la vida primate.

Pero la inutilidad es el nombre del juego; aprendemos de jóvenes a fluir río abajo, hacia algún fin incógnito, hacia alguna gran fosa séptica cósmica absorbente.

Nos hemos tragado totalmente las normas culturales, perpetuando una postura patéticamente pasiva en relación al laberinto— experimentando al mismo tiempo toda la frustración, enfado y miedo de cualquier rata perdida, asustada y hambrienta.

Hundidos en el sueño y atontados por el miedo, automáticamente asumimos que nuestra casa está en orden; que todo está siempre exactamente igual de lo que esperamos que sea.

En nuestras preocupaciones con las distracciones triviales de la máquina biológica, nuestra atención superficial corre rápidamente, casi avergonzada, por las majestuosas vistas de los sucesos macrodimensionales, los cuales nos sentimos obligados a traducir inmediatamente o incluso más rápido aún, al más pedestre de todos los posibles mundos.

No nos sentimos ni divertidos, ni asombrados, ni pasmados. Esta traducción al primate es una auténtica enfermedad, tan clínica como cualquier padecimiento médico aceptado comúnmente.

Dado que el yo esencial con sus cualidades de atención y presencia es capaz de ver las cosas distintamente, éste, por otro lado, es capaz de percibir la travesía hacia la percepción directa del laberinto cuando tiene lugar.

Imagínate conduciendo un coche y, contra lo que acostumbramos habitualmente, vemos el coche como estacionario, la carretera en realidad rodeando y siendo absorbida por el vehículo, más concretamente por el parabrisas del vehículo, deslizándose por las ventanas laterales, chorreando por la parte de atrás, después de lo cual, se recicla y sale por un agujerito delantero, ampliándose y fluyendo por el coche una vez más.

Ésta es la naturaleza de toda nuestra experiencia en las macrodimensiones. Hemos sido entrenados para archivar en distintos apartados nuestras experiencias, aislar sus conexiones, pasando así por alto la continuidad sutil entre el cambio y la discontinuidad aparentes. Tenemos una percepción de los sucesos boca abajo; donde hay cambio, vemos la estabilidad; donde hay estabilidad, vemos el cambio. Lo que creemos real es seguramente ilusión, y lo que creemos ilusión es probablemente real.

Las alucinaciones primates compulsivas imponen constantemente una red artificial de tiempo y espacio sobre nuestra experiencia puramente sensorial y mental.

Vemos nuestra travesía por la Creación desde el punto de vista de una dirección del espacio y tiempo elegida artificialmente en contradicción directa a lo que ya sabemos de la geometría, las matemáticas y la física, actualizando periódicamente nuestra percepción de los sucesos con pequeños cambios a nuestro modelo de espacio y tiempo, aunque evitando cuidadosamente la consecuencia total de lo que realmente sabemos de estas disciplinas.

No tengo la intención de quejarme; pero nos portamos como si el mundo primate realmente existiera, como si tuviéramos una interfaz directa con él, como si hubiera una certidumbre absoluta y tuviera una cualidad tangible, cuando de hecho nada de él existe ni siquiera remotamente, en el sentido en el que tomamos su existencia. Nos hemos cercado con un muro en un auténtico Jardín de la Familiaridad y ahora estamos atrapados en él sin la posibilidad de escaparnos.

Conociendo nuestra propensión al auto-espejismo, no sorprende nada encontrar que hayamos desarrollado una mitología de expulsión del mismo jardín, en la que estamos obligados a vivir el resto de nuestros días.

La mayoría de esos viajeros que accidentalmente se encuentran momentáneamente vagando por las macrodimensiones no son conscientes del cambio, y si de algún modo llegan a ser conscientes de esta inexplicable alteración en la percepción de la realidad, pueden acabar explicando su experiencia a alguien con un doctorado y dos fuertes asistentes de hospital para protegerle.

Siempre podemos emular a nuestros primates prójimos de postura apenas recta, caminando sin propósito, arrastrando los pies a través del laberinto, inconscientes de las experiencias sutilmente clamorosas que se nos presentan, o podemos despertar a nuestro alrededor y dirigirnos con inteligencia y comprensión.

Siendo más bien viajeros reluctantes, los primates humanos han formado, sin intención propia, una idea preconcebida de la forma en que las cosas deberían ser, y por lo tanto rechazan las opciones obvias; si les dan la oportunidad de seguir sus inclinaciones naturales, la mayoría de los humanos obedecerán la ya cultivada rutina del cerebro y del cuerpo, conduzcan a dónde conduzcan.

Aunque sea muy corriente, la obediencia ciega, robótica y servil al hábito es considerada por el viajero macrodimensional experimentado como un método muy poco elegante de funcionar macrodimensionalmente.

Aprendemos el laberinto de memoria, viajando con el típico estilo humano mecánico, e incluso de vez en cuando llegamos accidentalmente por este método al corazón del laberinto, con tal que nos acordemos de hacer todo exactamente igual, y que no ocurran aberraciones en nuestra rutina, pareceremos como si fuéramos "astutos-de-laberinto", hasta que pase algo que no está exactamente en el menú . . . .

Alguien realmente calado hasta el tuétano con la vida primate, que podría haber caminado setenta trillones y dos veces por el mismo sector macrodimensional no hará la conexión Palladiana; la tendencia es a perder contacto con el estado de consciencia macrodimensional.

Un número sin fin de primates han estado y han visto . . . sin embargo, por alguna extraña manía del cerebro, han olvidado con dicha; son muchos más los que no vieron, cuyo olvido indica que fueron claramente ineptos para la percepción.

Todo esto puede llevar a cualquier observador exterior a concluir que ocurre una extraña forma de enajenación esquizofrénica culturalmente-inducida entre el estado de consciencia del laberinto y la realidad humana de consenso, acordado por las conveniencias, que en relación al estado de macroconsciencia apenas se puede considerar que represente la consciencia.

Los primates humanos
Evidentemente piensan
Que están solos
En su sector,
Y sí deberían estarlo.




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